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11 dic 2023

Pepa, en la escuela no me hablaron de ti

Pepa Aurora gobierna en el País de Letras Chinijas Canarias. Es su Guayarmina. Y así lo ha reconocido la Academia Canaria de la Lengua, nombrándola miembro de honor, el uno de diciembre del presente año.

Extracto del artículo publicado en La Provincia.

Ha conquistado un territorio para devolvérselo a sus lectores en forma de cuento, de rima, de poema, de adivinanza, de narración, de historia y de canción. Cuando la escuchas —o lees—, te embriaga su compromiso, audacia y responsabilidad con su objetivo de vida, del que todos formamos parte. Su prosa es tierna y mimosa. El ikigai de Pepa Aurora son sus lectores, a los que ella trata siempre como si no crecieran, porque sabe, que un niño se merece toda la verdad y honestidad.

Yo no tuve la suerte de conocer a Pepa Aurora en la escuela. Tampoco en la universidad, durante mi formación como maestro. Pero me la encontré en los libros, que es donde ella habita en estado natural, pura e irreductible. La vi destilando sus historias en el tayero de la cultura y la educación, del que todos deberíamos beber.

Y como justa Guayarmina, reparte sus ganancias en palabras untadas en pura miel, sin dejar de recordarnos que su canto es del pueblo, y al pueblo ha de volver.

Sigue siendo una maestra que escribe.

Y nunca me ha parecido una escritora que pretenda enseñar. Su literatura huye del trampantojo estético y de la retórica comercial y artificial, para adentrarse en el mundo de los sueños y de la vida, sin rodeos.

Las palabras de Pepa Aurora son como las baldosas amarillas del camino, por el que discurre serena, la literatura infantil Canaria, escrita para despertar a los adultos.

Reivindicar la figura de Pepa Aurora, es también defender una escuela más canaria y comprometida, nuestra habla propia y singular, las bibliotecas como espacios de encuentro y la cultura como una inversión para ser libres.

Artículo publicado en La Provincia, el 9 de diciembre de 2023.

Homenaje a Pepa Aurora realizado por Juan Carlos Saavedra, en su programa «La maleta»:

6 nov 2023

Las bibliotecas escolares tienen futuro

Yo creo en las bibliotecas.

Un 24 de octubre les escribía a mis compañeros que nosotros somos como una biblioteca. Coleccionamos historias, las guardamos, las ordenamos… Decidimos cuáles pueden prestarse y cuáles no. Expurgamos las estanterías del alma. Condenamos al olvido aquellas historias personales que no queremos o no sabemos cómo clasificarlas. Somos biblioteca porque cada uno de nosotros tenemos una historia que contar. Solo necesitamos encontrar al lector adecuado.

Las bibliotecas ya no son solo colecciones de libros dispuestos de una determinada manera. No son espacios inamovibles, opacos y silenciosos. Son lugares donde se encuentran parte de los saberes y en donde los usuarios pueden acceder a diferentes espacios —físicos o virtuales—, conectarse y encontrarse con otros usuarios. En definitiva, utilizar los recursos de los que disponemos para ser mejores personas.

José García Marrero, en un estudio encargado por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, sobre las Bibliotecas Escolares, nos planteaba un presente desalentador pero un futuro cargado de esperanza. España, y Canarias, no dispone de un servicio articulado de las Bibliotecas Escolares. El autor expresa que vivimos «una situación delicada», pero también añade que «la llama por el uso de las bibliotecas en los centros se mantiene viva en muchos lugares. En todo el territorio insular y peninsular encontramos bibliotecas escolares activas trabajando con escasos apoyos y coberturas, regentadas por profesionales con mucha ilusión, escasa formación, vehemente determinación y excelente desempeño. A pesar de lo dicho, las bibliotecas escolares tienen futuro. Las bibliotecas de institutos y escuelas son entornos de enseñanza y aprendizaje relevantes que pueden liderar programas e intervenciones para mejorar y aportar valor añadido al quehacer de la organización escolar y de la institución educativa en una sociedad con una red compleja».

Las Bibliotecas iban a desaparecer, como la radio. Y no solo no lo han hecho, sino que se han transformado en espacios muy dinámicos donde el libro, sea en el formato que sea, ha saltado de las estanterías. Muchas bibliotecas forman parte del desarrollo cultural de su entorno, posibilitando encuentros de diversas y varias disciplinas. Otras se han lanzado a crear un repositorio digital de extraordinario valor para el futuro. ¿Y las Bibliotecas Escolares?

Como maestro me gustaría que las Bibliotecas Escolares dejaran de serlo y se convirtieran en «Bibliotecas Escolares y Centros de Recursos para el Aprendizaje». Espacios donde la comunidad educativa pueda encontrarse. Pero también lugares que sirvan para compensar las desigualdades en cualquier ámbito en el acceso a los bienes educativos y culturales. Las «Bibliotecas Escolares y Centros de Recursos para el Aprendizaje», tienen que garantizar que se posibiliten experiencias en el ámbito de la lectura, investigación, búsqueda documental, la lectura literaria y el uso del libro —en cualquiera de sus formatos—, desarrollando las competencias del alumnado como lectores y escritores.

Muchos alumnos y alumnas se encuentran por primera vez en las bibliotecas escolares Canarias, gracias a los docentes y a los proyectos que se desarrollan, con la voz de Pepa Aurora, Cecilia Domínguez, Lola Suárez, Ernesto Rodríguez Abad, Isabel Medina, Elizabeth López, Joaquín Nieto, Carlos González Sosa, Juan Carlos Saavedra… Y vuelven a descubrir, también, la de Pérez Galdós, Mercedes Pinto, Tomás Morales, Saulo Torón, Elsa López, Josefina de la Torre, Alonso Quesada… ¿Qué hubiese ocurrido si en nuestras bibliotecas de nuestros centros escolares no hubiese existido un espacio reservado para nuestra literatura?

Nosotros, los docentes, no podemos hacerlo solos. Necesitamos ayuda, apoyo y cercanía. Muchos nos levantamos todas las mañanas y decimos «voy a mi colegio», «voy a mi instituto» … Hablamos de «mi aula», «mi grupo», «mi alumnado». Me haría mucha ilusión, y significaría que todo el esfuerzo ha valido la pena, si como mínimo el alumnado también dijera «mi biblioteca» y no «la biblioteca». Y utilizara el posesivo con orgullo, como algo propio, como algo que nos pertenece.

Yo sé que todo esto puede parecer un sueño, pero, al fin y al cabo, los sueños forman parte de nuestro trabajo.