9 sept 2019

Querida maestra...

La nota llegó diez años después de que dejara de ser su alumno. Nunca la esperó. Es verdad que sonrió cuando la leyó y su corazón le dio un pequeño vuelco. Pero nadie se dio cuenta.

Mañana muchos de nosotros recibimos a los alumnos y alumnas de la misma manera, sin esperar ninguna nota. No solo es un trabajo; también es una manera de entender la vida, de entender las relaciones, de comprender el mundo, de analizar todo que nos rodea y ponerle un nombre para que otros lo puedan comprender. Es una gran responsabilidad porque sabemos lo que nos jugamos todos.

Me he imagino escribiéndole una carta a mi maestro. Me lo he imaginado colocándose las gafas de cerca y balbuceando cada una de mis palabras. Creo que le daría las gracias por el tiempo que me dedicó, por lo valiente que tuvo que ser para contarle a mis padres lo que él creía y pensaba de mí. Le agradecería aquellas palabras que no entendí pero que con el tiempo cobraron sentido; las horas de trabajo que no vi, los exámenes de conciencia, las reflexiones profundas antes de tomar una decisión, los momentos buscando recursos y las lágrimas en silencio que derramó porque le pudo la frustración. Le daría las gracias por aquella canción que me hizo copiar. O por las interminables caligrafías y hojas de repletas de operaciones. También por los chistes que contaba. Ahora con el tiempo me he dado cuenta que se dejaba engañar, que en ocasiones miraba para el otro lado, que nos dejó equivocarnos, caernos y resolver entre nosotros las diferencias. Me di cuenta que siempre supo donde me escondí aquel recreo y que conocía al que rompió aquel libro que tenía unas fotografías de un hombre y una mujer desnudos. Quizás bastaría con darle las gracias por haber elegido la profesión que eligió. No lo sé, la verdad.

Querida maestra, esa nota diez años después es un maravillo regalo, no solo por lo que hiciste en su momento, sino por lo provocaste tiempo después.

¡Feliz curso, provocadores de ilusiones!

1 sept 2019

Educar con educación.


Hace poco nos enterábamos por un correo electrónico, que él mismo escribió, el cese de Julio López. Los aires del cambio han entrado como un vendaval en la nueva Consejería; es lo que tiene el progreso.

Si no estás relacionado con la educación, puede parecerte extraño que las cuentas de los colegios y la gestión económica de un servicio como el comedor, que presta una empresa privada, lo realice un docente, que obtuvo su plaza en una oposición para ser maestro. Pero son cosas que ocurren en esta Comunidad Autónoma y en este país, que de santo cada vez tiene menos.

Así que en muchas ocasiones, cuando la gestión económica se complicaba o simplemente no sabíamos cómo proceder, cogíamos el teléfono o enviábamos un correo a Julio López. Yo llevo 22 años como trabajador de esta Consejería; con él había hablado en muchas ocasiones, aunque lo conocí en persona hace unos años. Siempre obtuve una respuesta. Siempre. Siempre una palabra amable. Siempre un “no te preocupes” o “me acerco por el centro y lo arreglamos”. Siempre dispuesto. Siempre preocupado. Siempre con soluciones.

Por eso, aunque entiendo que los cambios son necesarios y es necesario renovar los servicios, creo que Julio, medalla Viera y Clavijo por su bien hacer profesional,como tal vez otros compañeros y compañeras, no se merecía acabar así. Yo creía que Educación era diferente. Creía que nosotros entendemos esto como una manera de actuar y de ver la vida. Pero a mi, personalmente, no me han gustado las formas. Al “Pacto de las Flores”, en educación, ya se le ha marchitado una.

Yo solo espero, y estoy seguro de ello, que quien ocupe su lugar tenga la misma predisposición de facilitarnos el trabajo, para así dedicarnos a los que más nos gusta: enseñar.